Cuando noviembre despierta al sureste mexicano, Chiapas se transforma en un escenario lleno de tradición, espiritualidad y color. En localidades como San Cristóbal de las Casas, Chamula y Zinacantán, la muerte no simboliza un adiós, sino un reencuentro: los difuntos regresan por unas horas para convivir con los vivos a través de ofrendas, rezos, flores y rituales ancestrales.
Las comunidades tzotziles y zoques mantienen prácticas milenarias bajo las celebraciones conocidas como Jolobil o Ch’ulelal. Los altares se construyen con tres niveles simbólicos —cielo, tierra e inframundo— e incluyen elementos como el somé (pabellón de frutas colgantes), fotografías, los alimentos preferidos de los difuntos, veladoras, copal, papel picado y flores de Mulibé (cempasúchil), que guían el camino de las almas.
En San Juan Chamula, el 1 de noviembre se cree que las ánimas regresan indistintamente de su edad. Las tumbas no se revisten de cemento: en su lugar se cubren con juncia (hojas de pino u ocote), que aromatiza el ambiente y sirve como mantel para las ofrendas. El 2 de noviembre, las familias visitan los panteones, limpian y adornan las tumbas con cruces, flores y otros recuerdos, manteniendo vivo el vínculo afectivo con quienes partieron.
Destaca el altar zoque, que une tradición y simbolismo en su armado: cortinas, manteles morados o blancos, velas, fotografías y el uso del joyonaqué o ramilletes tradicionales, junto con sahumerios de copal como expresión de respeto y veneración.
Durante la noche del 1 y el 2 de noviembre, San Cristóbal se llena del aroma del copal y el posh, mientras se llevan a cabo retablos, eventos culturales en plazas públicas, música tradicional y recorridos nocturnos por calles adornadas con altares, ofrendas, papel picado y flores.
Visitar Chiapas durante el Día de Muertos va más allá del turismo: es adentrarse en una celebración de identidad viva, donde la muerte no inspira temor, sino memoria, respeto y celebración.
TE PUEDE INTERESAR: Chiapas, entre los peores en ingresos laborales del país
KCQ